Para mí, que soy licenciado en todo, esto de los constantes aumentos es para que nadie sepa cuanto sale viajar a ningun lado, y termines viéndote obligado a revelarle tu destino final al colectivero. Un mecanismo de control foucaultiano más poderoso que la escuela o la cárcel, cada vez menos efectivas porque mientras tenga internet pirata todo lo demás me chupa un huevo. Siempre digo “Hola, al hospital por favor” y siempre me cobran distinto. Quizas haya más de un hospital en el recorrido del 184, quizas el colectivero sabe que la diferecia entre las tarifas es insignificante, como la existencia, y no vale la pena gastar energia mental en tratar de discernir que fue lo que balbucié en su dirección general, porque todos vamos a morir. Ahora, cuando pegue un volantazo contra aquel camión cisterna.
O quizás los aumentos son para que se termine desdeñando el precio exacto de las cosas. Porque la ignorancia en el costo de un kilo de tomates o un paquete de fideos Favorita es la marca cabal de una persona realmente poderosa, que no tiene tiempo para esos deportes plebeyos como “buscar ofertas” o “jugar a ver si llegamos a fin de mes”. “No me importa cuanto pagué” es el equivalente a ser uno de esos sultanes petroleros decadentes que son amigos de Maradona. 10 y 10,75 es la diferencia entre Omar Sanchez, gordo-pero-en-realidad-no-tanto, y Omar el Magnífico, Emir de Al’Andalus y señor de un harén de 70 odaliscas que tratan de matarlo todo el tiempo para que sus hijos hereden el trono. El sueño de que alguien trate de matarte por tu trono y no por tus zapatillas, género o cara de inmigrante. Por eso nadie le cede el asiento, señora. Se obtiene por la voluntad de Alá, que decide quién se para y quién se sienta, y si lo necesita tanto va a tener que mandar una cruzada.