La política monetaria y vos.

Como poeta profesional es mi deber pensar las implicaciones que tendría una moneda única latinoamericana. Nótese que el proyecto de moneda común entre Argentina y Brasil que existe hoy, enero 2023, no es para una moneda única. Argentina mantiene sus Pesos Argentinos y Brasil mantiene su Real Brasilero, pero cuando comercian entre ellos usarían Sures o Gauchos para no tener que andar sacando los dólares de abajo del colchón. Lo que voy a hacer es contar una historia falsa sobre algo que no está pasando. Pero eso a mi no me importa, yo lo que quiero es pensar las implicaciones que tendría una moneda única latinoamericana. 

I.

Lo primero es pensar porque un estado soberano emite su propia moneda en lugar de usar lingotes de oro o pieles de ciervo. Si todas las transacciones comerciales dentro de cierta población ocurren en lingotes de oro, la economía tiene un tamaño acotado por la cantidad de lingotes de oro que hay circulando en el territorio que habita esa población. A medida que la economía crezca (digamos, porque aumentó la población) el oro se va a ir haciendo cada vez más escaso y, por consiguiente, más valioso. Va a llegar un punto en que no vamos a poder comerciar más entre nosotros porque no vamos a tener físicamente una manera de pagarnos. Entonces vamos a “imaginarnos” que tenemos lingotes de oro a falta de lingotes físicos y a llevar unas cuentas virtuales de cuánto oro vale lo que tiene cada uno al momento de intercambiar vacas por gallinas. Nosotros usábamos lingotes de oro porque eran escasos y difíciles de falsificar, pero ahora que tenemos cuentas virtuales nos aparece la necesidad de encontrar una forma de validar esas cuentas para que no venga uno a inventar que tiene un millón de oros virtuales. Y la forma va a variar según quienes seamos exactamente “nosotros” y cómo sea nuestra cultura, si somos todos parientes que nos podemos poner de acuerdo de palabra o si nos armamos una blockchain de criptofalopa o que. En cualquier caso, si en algún momento las cuentas no cierran la consecuencia más probable será irse a las manos. En este modelo, el poder lo tiene el que ganaría si nos fuéramos todos a las manos. Entonces el estado, como la entidad más poronga de este conventillo de mierda(1), es el que va a definir cuáles registros de lingotes virtuales son válidos y cuales los inventaste vos que sos un delincuente. Esto es, depósitos bancarios, billetes o cualquier cosa que usemos para no tener que andar por ahí con lingotes de oro que muchas veces ni siquiera existen. Y al que no le gusta, palo.

II.

Hannah Arendt señala que la violencia se ejerce para llenar el vacío que deja la falta de poder. Si vos sos muy poderoso, la gente hace lo que vos queres sin necesidad de que activamente hagas nada para precipitarlo (o bien para impedir que alguien haga lo que vos no querés). El poder total es totalmente pasivo. Un estado poderoso no necesita romperle la cabeza a nadie por inventarse plata que no tiene porque nadie se anima a inventarse plata que no tiene en primer lugar. 

Ese poder puede ser personal, en manos de un grandote que tiene muchos grandotes amigos que le pegan a quien les diga, o impersonal, fragmentado entre mucha gente que escribe leyes y construye instituciones que son las que procederán a determinar cómo se gobierna. Los historiadores trabajan esta cuestión mediante el concepto de legitimidad, el grado en el que una autoridad gobernante (una persona, una ley, una institución) es percibida como la autoridad verdadera, y en consecuencia, obedecida. No necesariamente por miedo a que me rompan la cabeza (porque cada cabeza que se rompe reduce el poder del rompedor), sino mediante alguna combinación de presión social y tradición.

Porque la legitimidad está fundada en normas sociales, estándares colectivos de comportamiento (escritos en leyes o implícitos) que muchas veces varían según la edad, el género o la clase social de las personas (o personificaciones) que gobiernan. Hay una idea de lo que tiene que ser un gobernante platónico y la entidad que efectivamente está al frente del cuerpo político es contrastada con ese ideal. Por ejemplo, la frase “Señor de los Anillos” es un modelo de legitimidad en una sociedad de guerreros. El guerrero capo pide a los otros que lo sigan a la guerra y a cambio promete repartir entre los que lo sigan el tesoro que se afanen de manos de los enemigos muertos. Si al final resultaba que no era tan capo en la guerra o decide encanutarse todos los anillos, entonces no es más un Señor de los Anillos. Pierde su legitimidad todo lo asociado con él, incluyendo su nombre y los bonos que haya vendido su Banco Central Vikingo para financiar la construcción de drakkars. El valor del dinero es también un medidor indirecto de la legitimidad de la entidad que lo emite. Su poder, pero también su honor, su credibilidad y su cumplimiento de ciertas normas sociales de comportamiento.

III.

En el Islam, Dios no interviene en el mundo porque no hace falta. Todo lo que ocurre ya ocurre según sus designios. Por eso el liberalismo económico, la no-intervención del estado en la producción y el comercio de bienes, nace en el mundo musulmán de la Edad Media. Pero si el Dios Emperador tiene que bajarse de su trono para castigar o detener a alguien que no lo obedece, es menos poderoso que si no hubiese hecho nada. Es decir, cada ejercicio activo del poder disminuye el propio poder.

Llevado al absurdo, esto es el ejercicio continuo del poder, que deviene en la regulación obsesiva y constante de cada aspecto de cada proceso. Cualquier cambio, crisis o innovación viene acompañada de una nueva ola de regulaciones que buscan mantener el status quo. La regulación, coherente o sarlanga, rápidamente se expande para ocupar todo el espacio creado por el cambio, la crisis o la innovación. Y hay una presión constante a favor de agregar marginalmente más sarlanga. La resistencia a esa sarlanga es inversamente proporcional al espacio de laxitud creado.

Como estas regulaciones pueden extenderse indefinidamente, eventualmente se vuelven tan estrictas y ridículas que colapsan el sistema. Esto es lo que decimos cuando decimos que el poder corrompe. Tanto ejercicio agota el poder. El costo de revelarse es menor que el de cumplir con las regulaciones. Si para salir a la calle necesito cierto vestido, de cierto material, con cierto sombrero y ciertos accesorios y nada más es considerado apropiado, no tiene que pasar mucho tiempo de agregar capas de corsets y corbatas hasta que alguien diga que se hace hippie y sale en bolas. Si Dios trata de regular hasta el tejido de mis calzoncillos, empiezo a pensar ¿Por qué le importa tanto? Quizás es que Dios no existe y nada tiene sentido y todo así.

Sin embargo, el poder del estado no es el de Allah y todo el tiempo se ve forzado a actuar en el mundo sensible. Y al elegir cómo encarar su funcionamiento no es un árbitro neutral. Es un agente en un contexto de otros agentes. Hay ciertas cosas que le conviene que ocurran y ciertas cosas que no, y en el caso particular de la economía, las herramientas que tiene para intervenir son principalmente la política monetaria y los impuestos. El estado puede estimular la economía regulando la tasa de interés, que es el costo de pedir dinero prestado, y la restringe cobrando impuestos a diferentes actividades.

Para el Señor de los Anillos, los impuestos son los tesoros arrancados de las manos de enemigos muertos que sus seguidores le deben, y la política monetaria es la cantidad de tesoro que permite que circule entre ellos. En el liberalismo económico, todo impuesto es un robo y un peso muerto para la producción y el comercio. Vos tenes los tesoros que ganaste de gente que mataste justamente y viene un grandote y se lleva una parte a cambio de protegerte de otros grandotes que te dejarían sin tesoros. Y un peso muerto porque vos no te vas a molestar en matar tantos enemigos si después va a venir alguien a afanarte tus tesoros. Esto vale para cualquier segmento del aparato productivo.

Pero si el estado es impersonal, se supone que no hay nadie que se pueda quedar con los tesoros. Ya está escrito en su constitución o sus leyes para que va a usar esos tesoros. Si la ley dice que tiene que repartirlo entre los pobres o usarlo para fabricar hachas y drakkars, tiene forzosamente que hacer eso o perder la legitimidad que le permite existir. 

La respuesta liberal es que el estado nunca es realmente impersonal. Siempre está operado por humanos que tienen sus propios motivos para quedarse con los tesoros del estado. Sin embargo, un estado moderno no funciona como un Señor de los Anillos. No necesita arrancarle nada de las manos a sus enemigos muertos porque puede emitir el dinero que necesita para cumplir sus obligaciones y así preservar la legitimidad que le permite seguir existiendo. ¿Y entonces por qué cobra impuestos?

IV.

Un estado puede gobernar en modo fácil o gobernar en modo difícil. Si emite su propia moneda está jugando en modo fácil y si no emite su propia moneda está jugando en modo difícil. Un estado jugando en difícil tiene que controlar agresivamente sus gastos y salir aún más agresivamente a cobrar los impuestos que le deben (ejercitar el poder, reduciéndolo) porque si no se queda sin recursos para funcionar. Un estado jugando en fácil puede ser más laxo, tanto en gastos como en cobros, porque simplemente emite el dinero que le falta para cubrir sus déficits. Sin embargo, si emite demasiado y no tiene un mecanismo para sacar dinero de la economía, ese dinero va a valer cada vez menos en virtud de ser nominalmente abundante. 

Ese suministro de dinero es muy complejo de controlar, ya que la tasa de interés no es una palanca mágica. Ninguna medida ocurre en el vacío. La economía está compuesta por toda clase de agentes que reaccionan mutuamente a sus distintas acciones, pero también tratan de anticiparse a futuros eventos y a las futuras acciones de los otros. No solo cuanto dinero hay circulando ahora, si no también cuanto se anticipa que va a haber en distintos plazos. 

Las distintas fuerzas patean para lados distintos, y para que cualquier medida tenga el efecto deseado, con frecuencia hay que acompañarla de otras medidas que tocan y rompen otras cosas y ahí preguntale a tu físico amigo que tanto más difícil se vuelve un problema si seguís agregándole cuerpos.

Por eso la legitimidad es tan importante. Siendo legítimo, tus palabras son más poderosas que un ejército en la calle. La legitimidad te permite salir de cualquier pozo y recuperar todo lo que perdiste. Te deja ganar con la camiseta. Y la capacidad de cobrar un impuesto, de decir “usted debe tanto”, y que efectivamente te lo paguen, es una gran señal de legitimidad. Aunque no la única. 

Los atributos y actos que producen legitimidad varían de cultura a cultura, pero generalmente consisten en mandar señales costosas. Las señales costosas existen en virtud de ser costosas. Si no fuera fisiológicamente costoso para un pavo real mantener su cola, esa cola no le serviría de nada. La función de la cola no es ser una cola, es ser fisiológicamente costosa. Un pavo real no puede optimizar su cola, como un estado no puede optimizar sus generadores de legitimidad. La legitimación tarda mucho en ser construida pero puede desaparecer en un segundo. Hay ecos de René Girard acá en cuanto a la distinción entre deseo físico y deseo metafísico, pero ya tengo un posteo sobre eso.

V.

En un juego, uno empieza jugando en modo fácil y gradualmente procede a enfrentarse a dificultades mayores. Por ejemplo, jugar al Age of Empires en fácil hace que la computadora no te ataque nunca. Entonces vos tenés tiempo de orientarte, aprender como funcionan las mecánicas, como juntar recursos, como producir unidades y, cuando estés totalmente listo y preparado podes ir a atacar la base del enemigo que va a estar muy pobremente defendida. Puede pasar incluso que se rinda sin pelear. 

Después hay niveles intermedios donde te atacan un poco, y entonces tenes que aprender a defenderte de ataques esporádicos y a superar cierta resistencia al momento de atacar. Esto cambia tu manera de jugar: ya tenes que saber como funciona todo y no podes perder tanto tiempo boludeando. Y al final hay niveles totalmente despiadados donde la computadora hace trampa y vos tenes que encontrar la forma de ganarle igual a sus hordas interminables que salen de abajo de las baldosas. Y las estrategias que funcionaban en fácil no funcionan en difícil. La laxitud del modo fácil te hace desarrollar malos hábitos que tenés que desaprender para tener éxito en difícil, que es el modo de juego “posta”. Refinas estrategias que sacrifican cosas que no pueden ser sacrificadas o que no son lo suficientemente poderosas o eficientes. Dejas de prestar atención y te volvés descuidado. Por otra parte, puede ser que si empezabas jugando en difícil te rompían toda la base antes de que pudieras entender que carajo estaba pasando.

En la vida real no hay una curva de aprendizaje. No podés regular la dificultad pero tampoco todas las situaciones requieren las estrategias optimizadas de jugar en difícil. Y no hay ningún premio al mérito si la situación a la que te enfrentás es particularmente difícil. Caminar veinte kilómetros en la nieve para ir al colegio es más difícil que ser llevado por tus padres en auto, pero no es inherentemente “mejor”. En particular, el jugar en fácil brilla para resolver situaciones en las que sabes (y podes hacer explícito) exactamente qué es lo que querés obtener. En ese caso, vas a preferir que otros agentes también estén jugando en fácil, para poder sincronizar lo que vos queres y lo que ellos quieren. Por eso el estado en modo fácil tiende a buscar acuerdos, porque su tarea se facilita muchísimo si todos los actores se ponen de acuerdo.

Gobernar en fácil o en difícil no es tanto una distinción entre izquierda y derecha, es una distinción entre qué tan jodidas pensamos que van a ser las situaciones a las que nos enfrentemos. Si yo defiendo gobernar en modo fácil es porque anticipo que la mayor parte de las veces voy a saber qué es lo que quiero (¿Y si no lo sé? ¿Y si hay intereses en conflicto?) y que las crisis que efectivamente ocurran me van a sobrepasar de tal manera que no tiene sentido amargarme la vida planeando alrededor de ellas. Me voy a morir igual (¿Y si podría haberlo evitado?). Y si yo defiendo gobernar en modo difícil es porque pienso que puedo sacrificar cierto bienestar (¿De quien? ¿Que tanto bienestar?) en tiempos de bonanza a fin de prepararme para sobrevivir el apocalipsis que se viene se viene (¿Y si no se viene?). 

¡Cuadrito!

 Modo FácilModo Difícil
Situación FácilTrámiteEntrenamiento
Situación DifícilMuerteDesafío

Como no podemos predecir el futuro, puede resultar tanto como la fábula de la cigarra y la hormiga o como el sacrificio de vírgenes a un volcán cuya erupción es indiferente a nuestros intentos de aplacarlo. No lo sabemos. No lo podemos calcular. No hay oráculo que nos salve.

VI.

Eso vendría a ser todo marco teórico para justificar unos pocos párrafos. Una moneda única latinoamericana vendría a ponerse en el medio de jugar en fácil y jugar en difícil. No está bajo el control de nadie en particular pero tampoco a merced del arbitrio de un poder que no se puede influenciar. Se puede hacer política económica, pero nadie puede decidir unilateralmente la política económica. La capacidad de cada país miembro de influir en esa política será proporcional a su legitimidad, y esa legitimidad no será exactamente igual a lo que entienda por legítimo cada país por separado. Será una construcción latinoamericana que a la larga favorecerá a los países que logren cumplir con esos estándares. Si esa legitimidad se correlaciona con el tamaño y el poder, entonces lo que ocurriría es que todos vamos a terminar haciendo lo que diga Brasil. La comparación con el rol dominante de Alemania en la Unión Europea es inmediata, pero no exacta porque Brasil es muy distinto de Alemania y las necesidades de Brasil están más cerca a la del resto de los países de latinoamérica que las de Alemania a las del resto de los países europeos.

En latinoamérica hay dos grandes tradiciones de gobierno. Una dice que siempre que podamos gobernar en fácil debemos hacerlo, porque nos permite ofrecer soluciones inmediatas a los problemas más urgentes. Y la otra dice que siempre hay que tratar de gobernar en difícil sin importar que tan horribles seamos gobernando. 

Insisto en que esto no es tanto una decisión ideológica entre izquierda y derecha, si no que es entre optimismo y pesimismo. Ambos modos tienen sus contradicciones internas y son perfectamente capaces de generar legitimidad, pero nótese también que gobernar un país latinoamericano en difícil es MUY DIFÍCIL. 

MUCHO.

NO PUEDO ENFATIZAR LO DIFÍCIL QUE ES GOBERNAR EN DIFÍCIL Y LO HORRIBLEMENTE INCOMPETENTES QUE SON GOBERNANDO LOS DEFENSORES PROMEDIO DE GOBERNAR EN DIFÍCIL. MICHAEL JORDAN, FEDERER Y MESSI SON PEORES EN SUS RESPECTIVOS DEPORTES DE LO BUENO QUE TENDRÍA QUE SER UN POLÍTICO A LA ALTURA DE GOBERNAR UN PAÍS LATINOAMERICANO EN DIFÍCIL.

Ejem.

Una moneda común latinoamericana no soluciona esta división. Lo que hace es acentuar los problemas de cada una. Es decir, poner el foco en nuestras respectivas laxitudes e incompetencias. No es inherentemente una mala idea, pero nos fuerza a buscar una manera de producir consistentemente gobernantes a la altura de las circunstancias.

  1. “Dueño del monopolio de la violencia”

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