La Guerra Santa de los Elfos y los Ninjas

Libro Primero: El Miedo

Elfokio

Seis meses después

Helegolor está parada en la esquina del templo de Corellon, con un cuerno de hidromiel en cada mano y la capucha puesta. Son las seis de la mañana y hace mucho frío. Parece veinte años más demacrada que la última vez que la vi y podría ser una mendiga esperando a que el templo abra sus puertas y entregue a los pobres el pan del camino envuelto en hojas de olmo. Ahora que fue dada de baja del ejército se supone que le tengo que decir Keya, pero me encuentro con que eso es prácticamente imposible. Me ofrece uno de los cuernos de hidromiel, nos damos la mano y entramos a mi coche de alquiler tirado por dos ciervos. Helegolor se baja la capucha y veo que el tajo en su frente está casi completamente curado, aunque todavía se nota donde estaban los puntos. Cuando habla o da un sorbo no puedo dejar de notar que uno de sus incisivos está quebrado y parece un colmillo. Pasó días muy malos apenas volvió del frente, y en ciertos sentidos corrió más peligro en ese momento que en plena batalla.

Helegolor había estado con el Regimiento Plateado en el Valle de Hisamatsu, una diminuta pero extremadamente violenta franja de tierra a los pies de la cordillera de Hidaka, en el Este de la isla de Hokkaido. Ella era nada más que una de treinta arqueros, pero parecía tener un talento especial para ponerle palabras a las cosas de las que nadie más tenía ganas de hablar. Llegué a pensar en Helegolor como una representante de toda la compañía, una forma de entender un grupo de elfos que no creo que se entendiesen a sí mismos del todo. En un valle más al Norte, dos compañías del Regimiento Silvano acumularon una tasa de bajas de alrededor del 80% durante su despliegue. Al Regimiento Plateado no le pegaron tan duro, pero sí bastante duro. Hoy voy a hacerle una entrevista a Sundamar Umelen, uno de los heridos del Silvano, y Helegolor me pidió si podía venir conmigo. Es un día con sol, pero frío y con poco tránsito, y un viento del norte sacude el coche cuando cruza los puentes de adoquines que levitan sobre los arroyos cristalinos. Vamos hacia el Sur a través del barrio de artesanos de Elfokio, hablando del despliegue y la compañía y lo extraño que es (para ambos) estar de vuelta en las tierras ancestrales de los elfos. Estuve un año siguiendo a la compañía de Helegolor en Hisamatsu, pero ahora eso se terminó y ninguno de los dos va a volver a ver ese lugar nunca más. Los dos lo soñamos con secuencias de combate ilógicas y extrañas, que no siempre terminan mal pero que están empapadas de terror.

A Umelen lo hirieron en la pelvis en lo que luego se llamó la Emboscada de Vulmar. Vulmar era uno de los campamentos establecidos por el Regimiento Silvano en el valle de Okazaki. Al comenzar la primavera, catorce arqueros elfos, doce campesinos armados, un mago y un intérprete entraron a la aldea de Itakura, hablaron con los ancianos y por la noche emprendieron el camino de vuelta. Era una trampa. Los ninjas habían fortificado posiciones en un círculo completo alrededor de una porción de camino donde no había cobertura y el único escape era saltar por un breve acantilado. Por la gracia de Sehanine, el Regimiento Silvano los contuvo. Seis elfos y ocho campesinos fueron muertos, y todos los demás heridos. Antes de eso, una patrulla élfica no había sufrido 100% de bajas en combate desde la guerra con los orcos.

Llegamos al Centro de Curación Rallientha Zylmaris y nos bajamos del coche frente al Salón del Verano, donde vive Umelen. Lo encontramos en su cuarto, fumando una pipa en la oscuridad. Las persianas están bajas y el humo se arremolina en los tenues rayos de luz que se filtran por las hendiduras. Le pregunto a Umelen cual fue el primer momento en que se dio cuenta que estaba en una emboscada, y dice que fue cuando le volaron el casco de la cabeza. Casi inmediatamente tres shurikens le pegaron en el pecho, dos más en la espalda, y luego vio a su mejor amigo recibir un kunai en la frente, que le salió por la parte de atrás de la cabeza. Umelen dice que cuando vio eso simplemente “entró en shock”.

Había tantas explosiones y olor a pólvora alrededor de ellos que las colinas parecían los festejos de la Luna Creciente, el día sagrado de Corellon. Los shurikens se habían incrustado en las placas de acero de la armadura de Umelen, pero un kunai finalmente le impactó en la nalga izquierda. Le reventó la pelvis, atravesó los intestinos y le salió por el muslo. Umelen estaba seguro que le había cercenado la arteria femoral y se dio a sí mismo tres minutos de vida. Divisó a un ninja preparando una bola de fuego en una colina cercana y consiguió tensar el arco y dispararle. Lo vio caer. A continuación perdió todas sus flechas salvo por una que guardó para cuando los ninjas se acercaran a pie para liquidar a los heridos.

Umelen empezó a desmayarse por la pérdida de sangre, le entregó su arco a otro elfo y se sentó. Vio a su amiga Tanelia recibir un shuriken en la rodilla, y comenzar a deslizarse por el precipicio. El capitán de la compañía la agarró del brazo y trató de subirla, pero les llovían tantos proyectiles que no iba a conseguir más que los maten a los dos. Tanelia le gritó a su capitán que la suelte y él lo hizo, y ella se resbaló por el acantilado, perdiendo su arco y su casco en el camino. Finalmente tocó fondo y recibió tres shurikens más ahí donde cayó.

Bolas de fuego y trampas de pólvora reventaban por todas partes y levantaban tanta tierra que era difícil encontrar un objetivo. Los elfos tosían y agitaban sus capas con grandes movimientos, tratando de disipar esas nubes de polvo. Toda la hora siguiente Umelen osciló entre la consciencia y la inconsciencia, y la batalla continuó en una confusión ensordecedora y sin fin. Una luz de luna brillo de entre la oscuridad y una partida de sacerdotisas de Sehanine llegó cabalgando sus ciervos para levantar a los heridos y llevarse a los muertos. Había un elfo muerto en un árbol en la parte baja del camino y otra al fondo del precipicio. Un cuerpo se desprendió del harnés que lo sostenía al ciervo que lo llevaba encima y un equipo de exploradores del Regimiento Plateado tuvo que buscarlo casi toda la noche.

Lo último que Umelen recordaba eran los cantos de las sacerdotisas de Sehanine, y lo próximo que supo es que estaba en un templo en el bosque de Naesala. Su madre había recibido un mensaje diciéndole que se contacte con el ejército inmediatamente, y le dijeron que mejor que viajara a Naesala lo más rápido posible si quería volver a ver a su hijo con vida. Umelen seguía vivo cuando llegó, y eventualmente se recuperó lo suficiente para volver a Elfokio.

Helegolor se quedó callada casi toda la entrevista.

-¿Alguien consideró la posibilidad de esperar a que se hiciera de día? -pregunta al fin-. Cuando se estaban yendo de la aldea, ¿Alguien mencionó algo de eso?

Yo entendí lo que estaba preguntando: la segunda compañía abandonó una vez una posición en la cima de un monte a mitad de la noche y fue brutalmente emboscada a la salida de un pueblo llamado Suganuma. Un arquero de nombre Filarion recibió un kunai en el casco, aunque logró sobrevivir.

-No. El capitán dijo “Salimos ahora” y salimos -contesta Umelen-. ¿Qué le íbamos a decir?

-¿Que se vaya a cagar? -sugiere Helegolor.

Umelen sonríe, pero esa es una idea que nadie tiene ganas de seguir.